Un año más como ya es tradicional, hacemos nuestra visita a este centro de peregrinación,
que dista a cien años luz desde la primera vez que fuimos, allá por el año 1956, cuando el autocar en el que hacíamos el recorrido, nos dejaba a las ocho de la mañana en la falda del monte que teníamos que coronar, para luego descender por la otra vertiente que era muy peligrosa, porque el sendero del descenso estaba casi al borde de unos acantilados. Abajo se veía un mar negro que daba mucho respeto. Hoy día se llega en coche casi hasta el santuario, y ello contribuye a que, a parte de la fe que le tenemos, no nos de pereza hacerle esta visita al santo.
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