era muy recto, me imponía mucho respeto.
Vivía en su casa, y con él sus hijos. Julio, soltero, y Guillermina, la pequeña,
casada y con un hijo.
Casi cada Domingo les visitábamos, y el abuelo siempre estaba en su mesa de despacho, rodeado de cartas, diarios, facturas...etc.
Nada más llegar, yo subía a saludarle y a buscar los caramelos que siempre tenía a mano, pero un día, estaba muy absorto en alguna cosa y no se dio cuenta que yo estaba allí. Entonces, para llamar su atención, me puse de puntillas, intentando poner las manos encima de la mesa para que me viera, pero como ésta me venía un poco alta, toqué un tintero derramó su contenido ( no sé si total o parcial) pero que me dejó la marca, desde el flequillo, hasta mis zapatitos negros de charol, pasando por el abrigo que estrenaba aquél día.
No recuerdo que ninguno de mis tres abuelos fuera muy efusivo.
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